Nos inquieta la virtualidad: el metaverso, la inteligencia artificial, las vidas diseñadas tras pantallas. Nos preguntamos cuánto de nuestro futuro será filtrado por interfaces, con elecciones previstas por algoritmos, con una realidad cada vez más construida fuera de lo que llamamos “real”.
Pero tal vez estemos formulando la pregunta equivocada. Estas son herramientas —como el lenguaje, la escritura, las máquinas y la memoria— extensiones de nuestras manos, de nuestra mente y de nuestros mitos. La cuestión más profunda es: ¿cuán desprogramada ha sido alguna vez la realidad?
Las leyes de la naturaleza, al fin y al cabo, son sistemas de causa y efecto: un código, quizá no en sintaxis, pero sí en estructura. Lo que llamamos “ver” es interpretación de señales. Lo que llamamos “tacto” es inferencia eléctrica. El olor, el sonido, el color: todo filtrado por un sistema nervioso, un interfaz exclusivamente nuestro. Así como un JPG no es una imagen, sino una compresión legible de ella, nuestras experiencias son abstracciones en capas de un mundo al que jamás accedemos por completo.
Entonces, ¿qué hace que una ilusión sea sagrada y otra sintética?
Desde las primeras sombras en las cavernas hasta la más reciente red neuronal, nunca hemos vivido fuera de sistemas: solo dentro de nuevos lenguajes. La verdadera revolución no trata de ingresar a mundos artificiales, sino de comprender cuán artificial ha sido siempre éste.
— Iván Barletti Vásquez