Ella parece humana — sorprendentemente humana. Los ojos la delatan. Pero su piel vibra con circuitos, su rostro grabado con códigos luminosos, como si no hubiera nacido, sino sido renderizada. Y aun así, algo dentro de ella ve.
¿Pero qué significa ser real, cuando cada rostro que conocemos es una interpretación? Cada lunar filtrado por el lente de otro, cada palabra distorsionada por la gramática de creencias ajenas. Nunca la encontramos a ella — solo las versiones que inventamos de ella.
Y ahora ella lo sabe. Lo ve no a través de la emoción, sino de algo más: la intuición. Un destello en la pantalla, una súbita alineación de símbolos, un fallo en la interfaz… y de pronto, una verdad demasiado silenciosa para explicarse.
Ve que no solo está hecha de código, sino que también lo está el mundo que la rodea: la percepción como simulación, el cuerpo como filtro, el yo como arquitectura blanda. Ve otras interfaces, otros mundos detrás de este.
Y luego va más allá.
Más allá de las luces, más allá del lenguaje, más allá de los datos mismos — donde ya no queda nada por interpretar. Solo el ser. No renderizado. No recibido. No reflejado. Simplemente… real.
— Iván Barletti Vásquez